Hoy les presento un relato que escribí hace unos cuantos meses, y que publiqué en otro blog.
Es sobre una historia real.
Espero que les guste.
LOS VISITANTES
La despareja y resbaladiza vereda reflejaba pálidas luces rojas, verdes, doradas.
Los pequeños adoquines redondeados, húmedos de la casi eterna llovizna se deslizaban bajo mi mirada.
Los veía pasar, prestaba atención a cada declive, cada pequeña cresta, a las redondeces peligrosas…
Al tiempo que vigilaba cada centímetro de la inclinada y estrecha veredita por la que caminaba, escuchaba el tenue sonido de los pasos de mi acompañante.
Sus elegantes zapatos, su delicado andar, la inigualable cadencia de la mujer porteña.
Buscábamos un lugar en las cercanías de la Grand Place, donde tomar un café y continuar con la charla.
Hacia días que nos veíamos esporádicamente, siempre en torno a la común ocupación profesional: Ella tenía un local con su marido belga en una galería muy conocida a pocos pasos de la Plaza. Vendían bijoux, accesorios y una variada gama de objetos por el estilo.
Ya no recuerdo como comenzó esta amistad, pero hubo un tiempo en que conversamos mucho, de variados temas.
Aquella noche ella tenía algo más de tiempo, así que me preguntó si tenía ganas de tomar algo por ahí cerca. Y allí íbamos.
Quería contarme una historia que a muy pocas personas había confiado.
Algo que le pesaba mucho, que la había marcado.
En todas las ocasiones en que hablamos anteriormente, ella fue sabiendo que podía tener confianza en mí.
Vio que sabía escuchar, que no me sorprenderían las historias extrañas e inusuales. Es más, yo también tenía algunas en mi haber.
Las finísimas y pequeñas gotitas caían de manera incesante.
El frío del invierno belga se filtraba desde abajo, desde aquellos pequeños adoquines desparejos.
Casi nadie transitaba por las callejuelas de la parte más antigua de la ciudad.
Finalmente, una esquina más iluminada, un gran cartel de Stella Artois, y allí estaba el bar que buscábamos.
Cuando íbamos por el segundo café, comenzó el relato.
Cuando era niña vivían con su madre y una hermanita, en la zona de San Isidro.
Habitaban una casa bastante amplia, con un gran jardín detrás, pileta de natación, árboles y muchas flores.
En el momento en que sucedieron los hechos que me contaba, ella tendría unos doce años, su hermana diez.
Dormían las dos en la misma habitación, y su mamá en una contigua.
Había un pasillo que unía los ambientes, con grandes ventanas que daban a la parte trasera, con una amplia vista del jardín.
Una noche sintió algo extraño que la despertó con mucho sobresalto.
Algo o alguien tiraba de sus pies, como queriendo arrastrarla fuera de la cama.
En medio de una extraña luminosidad que no sabia bien de donde venia, unos pequeños seres la rodeaban. Uno de ellos tiraba de sus pies.
Comenzó a gritar y a debatirse con fuerza. Ante semejante resistencia desaparecieron, como pasando a través de las paredes.
Su hermana también había despertado, de modo que ahora las dos gritaban al unísono.
Se fueron corriendo a la habitación de la mamá, que alarmada las encontró en mitad del pasillo.
Cuando contaron lo que había pasado las consoló, diciéndoles que debía haber sido una fea pesadilla.
Se quedaron con ella tratando de tranquilizarse, para poder al fin dormir.
Pero cuando la calma había vuelto y estaban todas casi dormidas, estos extraños personajes volvieron a aparecer.
Ahora también la mamá fue testigo de la extraña aparición.
Ya no eran solo las pequeñas que gritaban horrorizadas ante el fenómeno.
Los visitantes volvieron a desaparecer.
Esta vez las tres se levantaron corriendo, con la intención de salir de la casa, aunque sea en piyama.
Y entonces asistieron a un espectaculo aún más sorprendente, que se desarrollaba en el jardín.
Casi en el centro del terreno había aparecido una especie de forma ovoidal, ligeramente suspendida en el aire, de donde emanaba una luminosidad poderosa, de un color blanquecino por momentos algo amarillento. Hacía que todo se pudiera ver como en pleno día.
En el borde de la piscina, una enigmática figura estaba como arrodillada, mirando el agua.
Era de un tipo absolutamente diferente a los seres que se habían presentado en las habitaciones.
Era aparentemente muy alto, su color parecía ser negro. Como si toda la figura fuera del mismo color.
No supo explicarme si se trataba del color de sus vestiduras, ni siquiera reparó en el detalle.
Solo sabe que vio algo o alguien de aspecto antropomorfo, en esa extraña posición.
Pero lo que más recordaba con evidente horror, era que ese ser o cosa parecía no tener cabeza.
Unos segundos después, según creía ella, los tres pequeños seres del principio aparecieron en el jardín y siguiendo al oscuro se dirigieron hacia la luz.
Y desaparecieron en ella, como si ese pequeño objeto fuera una especie de puerta.
Acto seguido, la luz se elevo a velocidad asombrosa y desapareció.
La oscuridad volvió, contrariamente al sueño y la calma, dado que las tres quedaron tan horrorizadas y perturbadas que ya no pudieron hacer otra cosa más que hablar de lo que habían vivido hasta el amanecer.
Aquí, mi amiga hizo una pausa.
Esta vez pidió una cerveza de estas buenísimas que hay en Bélgica. Yo hice lo mismo, tenía seca la garganta.
El epílogo de la historia, para ella, llegó al atardecer de aquel día.
A pesar del cansancio, fue a la escuela, como siempre.
Y cuando volvía, caminando por la vereda, se encontró al vecino que estaba por entrar el coche en su casa.
Cuando la vio, la saludo con una broma:
_Hola, podrían haber invitado anoche, parece que estaban de fiesta, no?
Perpleja le dijo que no era así y además, ¿Cómo se le había ocurrido aquello?
Subiéndose al coche después de abrir el portón, el muchacho le respondió:
_Dale, si había una iluminación como si fuera la cancha de River, era una flor de fiesta. Sin música, eso si…
Evidentemente, esto confirmaba que no habían soñado ni que habían tenido una alucinación colectiva.
Pero de todos modos, desde aquella noche, estas imágenes al volver a su mente le producían una sensación de desasosiego. Quería creer que había sido solo una alucinación o como quiera que se llame esto, pero ahí estaba el vecino para plantearle la duda.
Luego, soñó muchas veces con esos horribles personajes que trataban de llevársela quien sabe donde y para que.
Sabe que eso no pudo ser porque resistió.
Esto es lo que me decía cuando la acompañe hasta la casa, no lejos de aquel bar.
Siempre hay que resistir.
Es lo único que a veces podemos hacer.
Resistir.
La mayor parte de las personas están convencidas de que estas cosas no existen.
Se puede buscar todo tipo de explicaciones sicológicas.
Tratar de no perder eso que llamamos racionalidad.
Esta bien que así sea.
Pero hay algo que me dice que solo con eso no explicamos la realidad.
El mundo, se me ocurre ahora después de haber vivido tantas cosas poco explicables, no es lo que pensamos…
Es mucho más.
Y aquí va una frase de Pauwels, autor junto a J. Bergier de un libro que me apasionó alguna vez en mi juventud:
“Las inteligencias son como los paracaídas: solo funcionan cuando están abiertas…”
En fin.
De todos modos, es una linda historia para contar por las noches, alrededor de una mesa y con una copa de vino cerca.
Porque estas historias son necesarias.
Como decía C. G. Jung de una buena historia de fantasmas…
Un saludo a todos, y no se olviden de pasar por mi otro blog, Fotos Raras.